martes, 15 de junio de 2010

TU CARIÑO

Siempre me encantó ver y escuchar a los artistas que subían al antiguo sistema de micros que transitaban por las calles de Santiago. Los artistas, que no eran muchos a la sazón, solicitaban mediante un gesto la aprobación de los chóferes y subían a deleitarnos con sus canciones populares, antiguas, folklóricas, llenas de melancolía y sabor a pueblo. La gama de variedades de cada talento artístico incluía canciones con acompañamiento de guitarras con dulce afiatamiento de dúos y solistas y también a capela, y el número de canciones generalmente llegaba a dos.

En aquel entonces yo trabajaba en el centro de Santiago como profesor de un prestigioso instituto bilingüe. El trayecto a mi lugar de trabajo era de 50 minutos más o menos de manera que tenía tiempo, a veces, de ver y escuchar dos presentaciones que a veces eran tan hermosas que daban a mi día un sentimiento de dulzor de cosas de infancia, de romance, de recuerdos perdidos en el presente y de añoranzas.

En uno de aquellos viajes una mañana en que había despertado con un sabor amargo por los sinsabores que a menudo me proporcionaba mi sórdida relación matrimonial con una alcohólica, pensaba en como desenredarme de la madeja diabólica de mi matrimonio. Mi estomago ardía en un río de pócimas de ají y licor aun cuando yo no bebía. Pensaba en mis dos niños inocentes que muchas veces presenciaban aterrorizados grescas descomunales entre mi mujer y yo y derrotado, iba siendo testigo de mi propio hundimiento. Mi calvario era insalvable.

Perdido en estas ensoñaciones de muros insoslayables. Percibí que el chofer discutía con algún pasajero y decía “No, no gueon, bájate no más” y a la vez, vi subir a dos jóvenes, quizá de 17 años uno y de 12 años el otro, quien rápidamente, cual conejo, se desplazo por el pasillo hasta la puerta trasera de la micro mientras el mayor se quedaba adelante, a prudente distancia del chofer.

Visiblemente molesto el chofer debió seguir cobrando, cortando diminutos boletos y dando vueltos a cada pasajero que pagaba con billetes de más valor que el pasaje.
Y en medio del ruido del motor de la micro que quizás necesitaba cierta mantención y el fragor de los vendedores ambulantes ofreciendo sus Súper- ochos, paquetes de agujas, máquinas de afeitar y otros que no recuerdo, se escuchó la voz nítida y estridente del muchacho ubicado en la parte de adelante cantando

“Tu cariño me le va”
Y desde la puerta de atrás, el menor cantaba el coro
“te le va”
“como el agua entre los dedos,”
Cantaban los dos y sin olvidar la letra, terminaron la canción creada e interpretada tan exitosamente por Buddy Richard.
No recuerdo qué otro tema interpretaron. Sólo me estremeció el uso de los pronombres me, te y le que estaban en absoluta discordancia con el idioma. Me percaté de varias sonrisas solapadas entre los pasajeros que quizás como yo, se preguntaban cómo los cantantes no habían pulido su presentación antes de su actuación y esta particular canción probablemente era parte de su socorrido repertorio.

Me sentí con inmensos deseos de hablar con ellos y ayudarles de alguna manera a ser más cuidadosos con el idioma y a mejorar su estilo que realmente prometía un futuro en las tablas. Tenían una mezcla de inocencia y humildad y yo los admiré por atreverse a hacer lo que hacían sin inhibiciones y una personalidad extraordinaria aunque demostrando un reñido e indecoroso uso del lenguaje.

Olvidé todas mis angustias y me encontré tarareando y cantando la canción todo el día con el mismo reñido e indecoroso lenguaje de la nueva “versión” de la canción y conté mi anécdota a mis colegas en la sala de profesores causando un revuelo de risas; y en mi tercer nivel , improvisé una clase de comparaciones entre la simpleza de la gramática inglesa con las dificultades de la gramática castellana logrando un entendimiento de parte de mis alumnos marcado por la hilaridad de mi encuentro con los cantantes. Recuerdo a mis alumnos decir que esos pronombres siempre habían constituido un misterio para ellos y yo también me di cuenta que eran muy difíciles de explicar a menos que se tenga un libro de gramática explicando sus usos.
Y así pasó mi día y reflexioné cómo un simple acontecimiento puede expandirse y tocar otras vidas y ocasionar un cambio de actitud y lo más importante es que éste, esté entrelazado a una sonrisa o a una franca carcajada. Muchos fuimos tocados por este evento y posiblemente no menos contaron la experiencia entre sus seres queridos durante la cena familiar.


Mavax
Néstor Enrique Arratibel Solar

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