martes, 15 de junio de 2010

LA NOCHE DEL GORRION


23:15 hrs.
Dile que la quiero…dile que me muero de tanto esperar…que vuelva ya.
Que las rondas no son buenas…que hacen daño…que dan penas y se acaba por llorar”.

23:18 hrs.
- Señores pasajeros, tengan todos ustedes muy buenas noches. Mi intención fue ofrecerles un poco de música durante su viaje. Espero haberles entregado un rato de inolvidables recuerdos. Sólo pido una cooperación generosa con este humilde cantante. Que Dios los acompañe y que tengan un feliz retorno a casa.

En completo silencio, Julián Gutiérrez, más conocido como “El Gorrión”, camina parsimoniosamente por el pasillo del bus, recorrido “Pila Cementerio”, provocando diversas reacciones entre los escasos y trasnochados pasajeros, mortificados por el lento tránsito, el vaho voluminoso de la ciudad y la falta de luz interior en aquel reducto metálico móvil atacado constantemente por fuertes baches exteriores, soportados estoicamente por la carrocería nacional.
El balanceo de Julián aumentaba, mermando su capacidad de recibir las monedas, que eran puestas sobre su adolorida mano siempre abierta. Este ejercicio era repetido con frecuencia, sincronizando el abrir de la palma con el golpeteo metálico de las monedas.
Al concluir, tomaba ubicación en el último asiento con el propósito de traspasar el dinero a una gastada hucha.
Uno a uno, los pasajeros bajaban del bus, tocando un improvisado timbre de cordel empotrado sobre la escalinata donde clareaba la señal “bajada”, pintada en letras rojas y cursivas.
Al contacto del timbre con el pálido sonido, el chofer tomaba mecánicamente una palanca y ésta permitía el desembarco de los pasajeros.
Para Julián, el Gorrión, era toda una proeza mantener erguida su guitarra sin tocar el tembloroso piso, para no aporrearla. Era necesario echarle mano al equilibrio inmediato, manipulando el conteo de monedas, bamboleando sonoras e imperfectas frente a este delirio sensorial.

23:30 hrs.
- ¿Le molesta que ponga la radio amigo? – repite el chofer dos veces ante la imposibilidad acústica, producto del incesante rechinar y golpeteo de fierros y latas.
- No, no, déle no más – repitió el Gorrión, concentrado en apurar la cuenta del día
- ¿Dónde se baja usted?
- ¿Va a llegar a la garita?
- Sí, tengo que guardar la máquina primero, después…bueno, ¡ahí veremos!
- No, yo me bajo en Valdivieso

La cifra daba un total de treinta monedas de cien pesos, cuarenta de cincuenta, cien de diez, veinte de un peso y sesenta de cinco.
La hucha pesaba más que su cansancio. Luces exteriores desembarcaban en la discreta mirada del Gorrión, viendo pasar apuradas siluetas, perdiéndose algunas en medio de la acalorada noche, entrando y saliendo, doblando en esquinas, formando misteriosas olas lumínicas al ritmo de una sonora radial.
Al interior, podía divisar difusos rayados, inmortalizados en el duro óxido o sobre el tapiz de los asientos: “Laura y Polo”…”Por favor, sin aceite, no”…”Endereza la cabeza jetón”…”Soy de la U, tengo la sangre azul”…”Anarkia”…”Y va caer”…y el clásico “Dios es mi Copiloto”.
Toda una fauna descansando en completa libertad, acelerando el pulso del libelo.

23:40 hrs.
El chofer apaga las luces del bus, dejando penetrar la algidez absoluta, siempre bajo el compás de la sonora, cuyas estrofas son tarareadas por el Gorrión.
Los pies pesan, la cabeza gruje sobre un pensamiento dispar, sudan las manos, el estómago se aprieta, el corazón modula un sentir.
El Gorrión apoya su mirada en la telúrica ventanilla y observa con velocidad a una conocida vendedora de hierbas, siempre en la misma esquina, atacada por la noche, aguardando al último comprador, antes de guardar su carrito de madera, protegido por un diminuto techo forrado en plásticos viejos.
Recuerda inviernos pasados, la lluvia, el barro, la humedad consumiéndola, la tos, el pan, la esperanza.

23:45
Imagina la llegada a su casa, sus pasos peripuestos, la desabrida caricia a su perro “Sansón”, el chirrido de bisagras, huyendo presuroso del baño a la mullida cama. Luego, oscuridad, silencio, una guitarra malherida por el trabajo.

23:58
La Pila-Cementerio era una de esas máquinas agotadoras, serpenteantes, conocedora de cada recoveco popular.
Al despuntar rodeaba el Cementerio General, internándose en medio de flores y muerte.

- ¿Baja en el Cementerio, amigo?
- ¿Usted dobla por Valdivieso?
- Sí, pero parece que voy a seguir de largo. ¿Tiene hora buena?
- Sí, son las…faltan dos minutos para las doce de la noche
- No alcanzo a llegar. ¿Ve?...así es esta pega. Ando de las cinco de la mañana y es imposible desocuparse antes.
- Y yo, ando de las siete. Me duele la garganta.
- ¿Y su familia…no lo espera?
- No. Vivo solo
- Ah
- Aquí lo dejo, amigo. Que le vaya bien.
- Ya pues, gracias

La puerta de la Pila Cementerio se abre de par en par, dejando entrar un cálido viento de verano, estimulando un leve estertor en el Gorrión.
Empuña firme su guitarra, toca la hucha, respira. Un último ademán inconexo sacude su mano.
Toca la acera con traspié, pero se recompone al instante.
La Pila Cementerio se aleja como un espectacular espectro, llevando consigo el ritmo de la sonora.
El Gorrión repite en silencio su despedida, en tierra firme, caminando sin prisa.

- Feliz Año Nuevo…Feliz Año…Nuevo…Feliz…Año…Feliz…Feliz…

Es medianoche de un nuevo año. El Gorrión tararea esa canción, con más ánimo que nunca, como si su vida dependiera de ello…”Noche de Ronda…qué triste pasas…qué triste cruzas por mi balcón”.

M
Marcelo Mallea

No hay comentarios:

Publicar un comentario