lunes, 14 de junio de 2010

SUEÑO DE UNA TARDE DE VERANO EN MICRO

Que vayas a entrevistar a estos clientes.

El señor Verquemierda me está ordenando que entreviste clientes, y que termine de hacer las entrevistas lo más pronto posible. En castellano significa que me está ordenando que use mi automóvil para transportarme.

Obvio, el no pondrá para la bencina, pues es conocida su avaricia, su mala intención, su envidia y su goce vesánico ante la desgracia ajena. ¡Ah, cómo retuerce sus manos, del más genuino placer, cuando se entera que alguien ha caído! Es todo un ejemplar.

A la cresta, utilizo el micro para llegar a los clientes y que él se vaya a la mierda.

El calor tipo 15:30 horas en micro y en verano, me va provocando modorra y me quedo dormido. Sin darme cuenta sube al bus un mago condescendiente que nos libera de rencores y violencias.

Repentinamente: Violeta, Víctor, Inti, Víctor Acosta, Silvio, el Gitano, y muchos otros, están arriba del medio de transporte.

¡Y ahí están todos juntos, cometiendo el delito de cantar!

Escucho un intenso aroma a mar que canta ...eres un arco iris de múltiples colores... y estoy en Las Torpederas salpicado por millones de gotas de agua de mar que vienen desde las rocas -donde se deshacen furiosamente las olas golpeando todos los obstáculos que les impiden llegar a sus antiguos dominios que ahora constituyen la parte plana de Valparaíso (Debajo del Reloj Turri descansan los restos de una barcaza)- y que refrescan mi santiaguino calor.

Oigo a Violeta dar gracias a la vida por haberle dado tanto y yo me siento caminando por playas y desiertos y escucho martillos, turbinas, y se me ocurre que me gustaría volver a tener diecisiete.

Una voz me dice que canto que ha sido valiente, siempre será canción nueva; que debo levantarme y mirarme las manos; que para crecer debo estrecharlas con mi hermano; pues el niño Luchín y Amanda lo necesitan.

Trato de despertar de este extraño sueño, pero unos lazos invisibles me atan a él, no lo dejan ir de mí.

Ahora estoy en una llanura donde hay una muy pequeña loma, como la que aparece en la pantalla de Windows, y recorro ese prado con pasto recién cortado, recién regado, mojando glotonamente mis pies desnudos, y veo sobre la colina un unicornio azul. Ojala, pienso, pueda palparlo, hablarle, pero el unicornio voló hacia el bosque, a los pies de la loma y se perdió, alguien hizo amistad con él, un poco con amor y un poco con verdad.

Algo inverosímil está ocurriendo ¡veo a Violeta con John que juntos cantan!: ...Imagina un mundo en que no hay excusas para morir o para matar. Imagina que nadie es dueño de nada, que somos capaces de vivir sin hambre, que podemos vivir sin el lujo. Imagínate que todos los seres humanos somos hermanos que comparten el mundo...

Llega a mis oídos…escucha hermano la canción de la alegría… (Un trozo de la novena sinfonía del viejo, querido y genial Ludwig van Beethoven, y con versos del poeta Friedrich Schiller) popularizado por el muy español Miguel Ríos.

Luego, me veo atravesando un ancho y caudaloso río, alimentado por mis lágrimas, que parece ausencias llevar. Aparece una china con una manta de tres colores saludando a distancia con su mano, y en una lancha alguien canta que se va pa’ Quellón.

Mi sueño se torna en pesadilla. Escucho historias de mujeres traicioneras y hombres engañados que con una lágrima en la garganta sobreviven a sus cuitas de amor. Charcos de sangre, mujeres golpeadas, hijos (viejotes) que lloran a sus madres, perfidias, hombres mujeriegos y borrachos y la “mujel” que me ha pagado “mar”, …que era como un hermano para mi y a los dos perdoné… etc., etc. Como para cortarse las venas.

Afortunadamente logro salir de ese pantano de miseria humana. Ahora, estoy a gran altura sintiéndome como un cóndor.

Paso sobre un paisaje desértico. Unas zampoñas invocan a la fuerza telúrica del desierto y las sequedades del silencio.

Quenas y charangos me transportan al pueblo de La Tirana, me llevan al lago Chungará, me veo en Putre, en Parinacota, en Zapahuira. Cerca de San Pedro de Atacama, en los géiser de El Tatio, en los ríos Purifica y Puritama, con agua fría el primero, con agua caliente el segundo.

Sobrevuelo el sobrecogedor Valle de la Luna y también recorro la Carretera de La Sal. Este espectáculo hace que mi mente actué como un imán que atrae pensamientos profundos sobre el significado de la vida.

Un inhabitual, desusado, nunca antes visto -desconocido para todo aquel que haya viajado alguna vez en micro- frenazo de la micro me despertó. Pedí disculpas a la señora sobre cuya espalda caí, y que bajo ella había un señor sin habla. El chofer se sintió ofendido ante los mesurados reclamos y saludos a su progenitora, de los animales que ahí íbamos.

Curiosamente, coincidió con la parada donde debía bajarme. Volví al escritorio en que trabajo.

El Sr. Verquemierda me llamó a su guarida para preguntarme sobre mi cometido, y por supuesto espetarme por el tiempo invertido. Retruqué que con los embotellamientos de tránsito era inoficioso utilizar el automóvil por lo que decidí ir en micro.

Me vino un acceso de tos que junto al polvo del viaje mezclado con mi transpiración me daban un muy triste aspecto.

Comenzó a retorcer sus manos de placer, pero notó que en mi cara había una expresión como la de alguien que regresa de sus vacaciones después de haber realizado un placentero viaje.

Se enfadó.


Desideratado
Gastón Maillard Mancilla

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