martes, 15 de junio de 2010

EL FUTURO

He perdido mi útero, murmura Génesis con la nariz apoyada sobre la ventana, mi útero y mis ovarios. A fin de cuentas: lo he perdido todo.

La micro va camino al pueblo de Chaicas, Décima Región. Sale todos los días, a la misma hora, desde un pequeño paradero situado en frente al policlínico de Puerto Montt. Es común salir en las mañanas atestadas de niebla y encontrarse con una pareja de jóvenes mochileros extranjeros y silenciosos campesinos esperando su llegada, separados por lo que a Génesis le parece ser una delgada tela hecha de lo que ella intuye están hechos el tiempo y el espacio. El viaje dura alrededor de media hora y representa un sorprendentemente bello recorrido, repleto de fiordos y pantanos a través de los primeros treinta y seis kilómetros de lo que un hombre un par de asientos más adelante se refiere como La Carretera Presidente Augusto Pinochet. A Génesis el nombre le parece un tanto anticuado.

Junto a Génesis no se haya persona alguna. La micro se encuentra lo suficientemente vacía como para que cada pasajero tenga su propio lugar, su propia dimensión personal. Exceptuando, por supuesto, a la pareja de mochileros extranjeros, quienes conversan distendidamente en un idioma extraño, a la vez que activan intermitentemente el flash de sus cámaras fotográficas. El resto de los pasajeros los observan con una tímida sonrisa.

La micro hace su primera parada en Pelluco, donde se suben tres mujeres con maletas rebalsadas de alcachofas. En Pelluhuín, un anciano cubierto por un largo manto de lana sube y saluda al hombre sentado un par de asientos delante de Génesis. Se sienta junto a él. Conversan sobre fútbol de tercera división. Luego, en Chamiza, a 10 kilómetros de Puerto Montt, envuelto en la niebla y cargando un pequeño amplificador y un micrófono dorado bajo el brazo, se sube John Kennedy Toole.

Nadie, ni siquiera la pareja de mochileros extranjeros, que parece haberse quedado dormida, parece extrañarse ante la presencia de John Kennedy Toole. Excepto Génesis, que no puede dejar de observar al curioso personaje, tan distinto a los típicos artistas de región, que se ha quedado de pie en medio del bus.

John Kennedy Toole viste un terno negro y una corbata roja de rayas también negras. Es un hombre de tez blanca, blanquísima y de medidas generosas. Un hombre en el que no se sabe a ciencia cierta si lo que abunda es la carne o los huesos, piensa Génesis con los ojos muy abiertos. Lleva el pelo engominado.

Luego de hacer las presentaciones de rigor en una voz extrañamente femenina y de explicar algún tipo de desgracia familiar, John Kennedy Toole infla los cachetes y, tras disponer el micrófono sobre sus labios, se pone a recitar un largo poema.

La voz es quebradiza y a ratos, melancólica. Génesis intenta no poner atención y aprovecha de distraer sus pensamientos disfrutando del paisaje. La niebla, sin embargo, se ha espesado más de lo usual. Observa su reflejo sobre la ventana. Abre y cierra sus fosas nasales.

El poema termina y se escuchan un par de perezosos aplausos. La gente, aparentemente, quiere escuchar algo más antes de entregar cualquier tipo de donación.

John Kennedy Toole no se hace esperar y tras una profunda inhalación comienza, lo que a primeras luces parece ser Los Gemidos de Pablo de Rokha. Gotas de transpiración comienzan a caer desde su amplia y blanquecina frente. Génesis se imagina una ballena varada dentro de un transporte colectivo, aunque sabe que eso es imposible: a Chaicas no llegan ballenas. Tras un par de minutos, cree oír al anciano y al hombre de más adelante recitar. Su pronunciación es pésima.

Los aplausos se han extendido y Génesis se ha encontrado de vuelta observando los gestos y movimientos del artista. John Kennedy Toole ha adquirido presteza y, se nota, se siente cómodo en su improvisado escenario. Realiza una breve introducción del siguiente poema. Se lo dedica a la pareja de mochileros extranjeros: Es un poema de William Blake.

Los versos comienzan a salir de manera suave, haciendo juego con su voz delicada. Génesis, quizás por primera vez en todo el viaje, logra sentirse cómoda y estira los dedos de sus pies en señal de felicidad. Cierra los ojos y se dedicada a poner atención al poema.

El poema es acerca de un barco, un barco antiguo, un barco, digamos del siglo XIX, que navega por las tempestuosas aguas del Océano Atlántico y cuya única particularidad es la de estar tripulado sólo por enanos.

El barco naufraga en misteriosas circunstancias en una isla desierta. Los marineros asoman sus pequeños cuerpos a través de la escotilla. Algunos, los más osados, salen a explorar. No les toma mucho tiempo darse cuenta que se encuentran totalmente abandonados.

Luego el poema se torna ininteligible. La pareja de mochileros extranjeros, como llenos de un sentimiento nacionalista, comienzan a recitar los mismos párrafos que John Kennedy Toole, pero en inglés. Génesis cree entender, aún con los ojos cerrados, que los marineros enanos se han encargado de poblar la isla, embarazando a sus compañeras más fértiles. Cree escuchar la palabra arte. Cree escuchar la palabra amor. Con mayúsculas.

Cuando Génesis abre los ojos, se sorprende al encontrar a todos los pasajeros aplaudiendo y silbando, algunos incluso realizando pasos cercanos a la cueca. Un ritmo enloquecido en torno al poema épico de William Blake. El tono de voz de John Kennedy Toole se ha convertido en una tetera a punto de hacer ebullición. Génesis no puede evitar sentir una sensación cercana a la vacuidad.

El griterío de los pasajeros es interrumpido por un golpe seco. La micro ha chocado o topado con algo en el camino. Se producen un par de segundos de silencio y luego todos se dirigen hacia las ventanas. Todo a su alrededor es bloqueado por la niebla. El conductor, que hasta entonces se ha mantenido al margen de todo, abre la puerta, se pone de pie y se dispone a ver lo ocurrido. Pide la ayuda de algún pasajero. Luego de recoger algunas monedas, John Kennedy Toole y el chofer salen.

Pasan horas.

El resto de las personas, ingenuamente, intentan aplacar sus nervios recitando rudimentarias décimas de Violeta Parra.

Génesis apoya su nariz contra la ventana, intentando ver a través de la niebla. Se pregunta si este será el fin del mundo del que hablaba William Blake en su poema. Se pregunta si ella será la encargada de repoblar la raza humana.

Luego, como de un chispazo, recuerda: He perdido mi útero, murmura, mi útero y mis ovarios.

Boris Yellnikoff
Camílo Andrés Herrera Estai

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